¿Odiar? ¿Por qué?
Llevaba un buen tiempo sin escribir por aquí, pero recuerdo que la última vez que lo hice comentaba que la población mundial estaba rondando los 8 mil millones de habitantes. Parece que ya hemos superado esa cifra.
Todas y cada una de esas 8 mil millones de personas son/somos diferentes, únicas. Cada uno con su tono de piel, su(s) idioma(s), sus costumbres, su religión (o no), sus ideas políticas, equipo de deporte favorito… Y con su código genético único.
Esta diversidad, sin embargo, no parece ser algo positivo en la mente de la mayoría de la gente. A pesar de que al nacer no estamos programados para odiar a nadie, al crecer «aprendemos» a odiar o a rechazar a otras personas porque son diferentes a nosotros.
Es muy triste ver cómo se odia a otra persona por su tono de piel, por su orientación sexual, porque vive/nació en otro país, porque es de nosequé provincia, por ser de otro barrio, por ser nuestro vecino… Bueno, este último caso lo puedo comprender porque vaya vecinitos he tenido a lo largo del tiempo.
Vale, me estoy desviando del tema. Odio, ¿a quién le beneficia? Quizá estoy diciendo algo demasiado obvio, pero me parece la máxima expresión de la lucha de clases. Esa lucha que la clase de arriba lleva ganando por goleada desde hace tanto tiempo que ya ni parece que exista tal lucha nunca más.
Si estamos entretenidos odiando al prójimo, compitiendo con él y pisoteándole no nos va a quedar tiempo ni energía de pararnos a pensar cómo hemos llegado a esa situación. Y mucho menos a intentar resolverla. La sociedad de hoy en día es egocéntrica, con lo cual el pensamiento colectivo y la unión de los pueblos se ve como subversivo.
Intento tener esperanza en que las cosas cambien en el futuro, pero soy realista y sé que es demasiado utópico. Los propagadores de odio son poderosos y generalmente controlan los medios de comunicación. La ausencia de sentido crítico y el borreguismo se encargan de que toda la mierda que se propaga desde arriba se acepte como verdad absoluta. Otro capítulo aparte son las redes sociales, pero ese es un melón que por ahora dejaré sin abrir.
Hasta aquí mi breve reflexión de hoy. Espero que nadie me odie por ello, y si alguien me odia le contestaré en modo mexicano: ¡Me vale madres!
