Un sábado típico irlandés
Diarmuid Morrissey se despertó a eso de las 9 de la mañana cuando el sol hizo acto de presencia tímidamente en su dormitorio. Era sábado, y tenía una resaca tamaño XXXL, un par de «X» más de lo habitual.
Cerca de las 10, después de una más que necesaria ducha, Diarmuid se dirigió a la cocina para preparar una especie de desayuno: Una taza gigante de café instantáneo, dos rebanadas de pan de molde tostado y una lata de judías.
Después del «desayuno», tocaba repasar la noche de ayer. El problema era que, como de cosumbre, gran parte de la noche se encontraba dentro de una nebulosa temporal etílico-festiva que su memoria no había sido capaz de procesar.
Sin embargo, la falta de memoria no era el mayor problema de la noche anterior, aunque no tendría constancia de dicho inconveniente hasta unas semanas más tarde. A pesar de no acordarse de nada, nuestro resacoso amigo iba a convertirse en padre.
Las horas del sábado fueron pasando lentamente con Diarmuid repantingado en su destartalado sofá. A cierta hora de la tarde se levantó cual Conde Drácula saliendo de su ataúd. Se vistió rápidamente y salió camino del pub, a escasos cinco minutos de su casa.
No era necesario llamar o mandar mensajes para quedar con nadie, todo el mundo iba llegando al pub poco a poco hasta que (casi) siempre se juntaba el mismo grupo de personas. Allá estaba Aoife, que le miró con cierto desasosiego. Ella sí que sabía lo que sucedió anoche, pero aún no conocía las consecuencias.
Como si de un ritual se tratara, el grupo habitual fue ingiriendo rondas de pintas hasta que cada uno de ellos hubiera pagado su ronda. Tras pagar la suya, Diarmuid fue a hacer una visita al baño. Se cruzó con Aoife al salir, la cual le empujó hacia el cuarto privado del pub. «Esto ya ha sucedido» pensó él…
