Programador volcánico
Cuando me pongo a escribir en este blog casi nunca lo suelo hacer de temas laborales. De hecho suelo dejar esos temas para ciertos emails que envío de vez en cuando… Sí, mis queridos «cuadernos de campo». Quien los recibe ya sabe a lo que me refiero.
En los últimos meses, casualmente desde la última vez que escribí por aquí, he pasado por varios cambios. Después de unas semanas de desconexión, he vuelto al apasionante y peligroso mundo del programador autónomo o freelance. No es la primera vez que me encuentro en esta situación.
Ser programador freelance es un continuo «búscate la vida». Es recibir muchas propuestas, algunas de ellas alocadas, responder a dichas propuestas y luego en la gran mayoría de los casos no volver a saber nada de la persona que lanzó la propuesta. A veces incluso me llevo respuestas del tipo «eres caro».
Cuando uno lleva más de 20 años dándole a la tecla hay cosas que son difíciles de soportar. Creo que tengo una cantidad enorme de paciencia, pero no es infinita. En mi vida personal, al igual que en la laboral, tiendo a aplicar el principio de reciprocidad: Tú me tratas bien, yo te trato bien. Tú me tratas como un mojón, yo haré lo mismo.
La primera vez que estuve trabajando como programador freelance la cosa empezó bastante bien, siguió regular y terminó horrible. Con un acosador incluido. Sí, me faltó poco para presentar una demanda por acoso contra un personaje indeseable. Al final, en lugar de meterme en ese quilombo opté por mudarme a Portugal y luego a Irlanda.
Esta vez quiero ser positivo. A pesar de que en verano las cosas van más lentas que un caracol reumático, creo que en septiembre despegarán varios proyectos. Y si no, antes de quedarme tan quemado como la lava de la foto de abajo, me volveré a reinventar. Otra vez más.
